martes, 5 de enero de 2016

Mi propia batalla en el desierto con el escritor José Emilio Pacheco




Mi propia batalla en el desierto con el escritor José Emilio Pacheco

Por Héctor Alfonso Rodríguez Aguilar

In memoriam del maestro José Emilio, a casi cuatro años de su ausencia

Conocí al escritor José Emilio Pacheco por marzo o abril de 1992, en ocasión de que impartió una disertación sobre el escritor Miguel Ángel Flores en el Paraninfo de la Universidad de Guadalajara. Lo recuerdo hablando con el texto de apoyo en mano, y en ciertos momentos su participación se volvía elocuente. Una vez concluido el evento, en los pasillos del vestíbulo de aquel recinto, me encontré y tuve la fortuna de saludarlo y platicar por un breve momento con el narrador.

     Mi intención al acercarme a este personaje, fue para solicitarle una entrevista y visita a su domicilio particular, dado que en el futuro muy próximo tendría la ocasión de viajar a la capital de la república, mismo que aprovecharía para pasar a saludarlo y dialogar como era mi deseo. José Emilio como todo un caballero accedió con gusto a mi petición, me dio todos sus datos para poder buscarlo por mi paso que hiciera por la capital de la república.

    Al poco tiempo de aquel breve encuentro, y dado que de forma personal, me había propuesto empezar a visitar a los grandes escritores mexicanos en sus lugares de residencia; dado que para mí, aquel momento de mi vida, fue un tiempo en que con la inexperiencia de mi juventud y con la frescura propia de esa edad y el entusiasmo del aprendiz de escritor o literato, hizo que me diera a la tarea de buscar, conocer y dialogar con todos ellos.

    Así puede ver y compartir pláticas con Emmanuel Carballo, con José Luis Martínez, con Antonio Alatorre, con Ricardo Guerra,  con Andrés Henestroza, con Gabriel Careaga y con otros muchos. Podría decir que en esos días, yo vivía una fiebre y una audacia de andar buscando a esos señorones de la cultura.

    Mi propio “provincialismo” como dijeran los chilangos, me hizo que sin temor a equivocarme los buscará y les arrancara consejos y palmadas para seguir mi juego de literato en ciernes. En una de tantas visitas que hice a nuestra capital, me di a la tarea de buscar a José Emilio Pacheco en su propia casa habitación de la colonia Condesa.

    Unos días antes de mi acto de ir a su domicilio, por extrañas circunstancias nunca aclaradas, habían baleado su casa habitación. Había sido eco en los medios informativos de la televisión y de la prensa escrita, este peligroso acto que buscaba quizás intimidar al maestro Pacheco. Yo jovenazo entusiasta  no di mayor importancia aquel suceso, y  empecé a buscar y dar con el paradero de la casa del escritor. Cuando llegué a ella, todavía recuerdo, tenían las huellas de los hoyos (perforaciones) en las paredes de balas de grueso calibre. Así toqué a la puerta de la residencia, y de pronto abrió la ventana del postigo, una joven, era hija del laureado escritor.

     Cuando pregunté por su padre, me contestó, que no se encontraba, siempre permaneciendo ella dentro de la casa y yo en la banqueta, sin que abriera la puerta por aquello de la desconfianza que priva en los capitalinos por la inseguridad en que viven sus habitantes en aquella urbe.

     Entonces le comenté que venía desde Jalisco, de una ciudad pequeña tierra del escritor Juan José Arreola –Ciudad Guzmán-, para buscar a su  padre el insigne escritor. Ella me miró con un cierto interés, y yo le pregunté otras cosas con la misma actitud, estábamos platicando, cuando de pronto de una forma abrupta e intempestiva irrumpe en la plática, Cristina Pacheco esposa del escritor con desconfianza patente de una manera altanera y casi majadera –tomando una actitud hostil- , me preguntó con cierta alarma, qué se me ofrecía. Yo le expliqué, que buscaba al maestro.

     Ella sin detenerse cerró el postigo, y yo despidiéndome casi corrido por ser  simplemente un inesperado y desconocido visitante.  Al poco tiempo de haber sucedido este hecho, lo platiqué con varios colegas del medio literario, uno de ellos con Alfredo Cortés Sánchez y otro fue el maestro Víctor Manuel Pazarín –admirador total de la obra del autor de las Batallas en el desierto-, sobre aquella malograda entrevista con José Emilio Pacheco en el Distrito Federal.  

    Uno de ellos, sin recordar cuál de los dos fue, me dijo: “Héctor no es para menos como te recibieron, ellos acaban de sufrir una intimidación al ser  baleada su casa”.  La familia Pacheco aún estaba escamada. Ese fue mi único intento de búsqueda para conocer al escritor que ayudó a Juan José Arreola para que éste le dictara su célebre obra “Bestiario”.  Ahora que se han cumplido casi  cuatro años (+ 26 de enero de 2014) de su sensible desaparición física, del poeta, del traductor y del narrador, que supo llevar la pluma a vuelos insospechados, a mí no me queda más que esperar a que la eternidad nos haga volver a posibilitar ese encuentro que no se dio aquí entre los mortales, sino que se pueda dar en otro momento y en otra dimensión, donde él ya goza y “vive”.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario