sábado, 17 de septiembre de 2022

Discurso en la entrega del premio literario "Juan Rulfo"


Nota introductoria Este discurso que transcribimos en este blog Ensayos periodísticos fue pronunciado por Juan José Arreola durante la entrega del Premio Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, que se llevó a efecto dentro del marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) el sábado 28 de noviembre de 1992. Ante un concurrido y selecto público en el lobby de la expo Guadalajara. Arreola fue el segundo galardonado en la historia de este premio el primero fue el antipoeta chileno Nicanor Parra en 1991. Este nombre que tenía el premio que era otorgado por la FIL a través de la Universidad de Guadalajara con el apoyo de otras instituciones públicas como el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y algunas privadas. El premio era  otorgando anualmente e iba acompañado por un monto económico de 100,000  dólares que era entregado al galardonado. El nombre de este galardón literario fue quitado a petición de la familia Rulfo. Nota elaborada por Héctor Alfonso Rodríguez Aguilar.

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Juan José Arreola


Entre todas las tentaciones que solicita en estos momentos lo que podría llamar el alma, [está] simplemente la curiosidad inteligente —perdonen que haya hecho una concordancia en "ente"— olviden esa frase; me refiero a eso que llamamos inteligencia, una cualidad que me parece del todo cotidiana y natural en los seres humanos. Yo he padecido mucho estos últimos días de diversas afecciones, no una enfermedad concreta y verdaderamente realizada y sin vida. Alguna vez dije aquí mismo, en Guadalajara, que la enfermedad es el pasatiempo de los viejos; esa frase parecía una crueldad pero ahora la defiendo; la dije a propósito de Sigmund Freud, uno de los hombres que más heroica, larga, inteligente y estoicamente murieron. La muerte de Freud fue tan larga que pudo alojar algunas de sus obras más importantes en los 30 años de padecimiento. Cuando pienso en Freud me siento realmente animado y al mismo tiempo por completo disminuido y cobarde.


     Entre las tentaciones que disputan en mi alma está la primera de todas, el encuentro con José Luis Martínez, y cómo de pronto escribió de México al amigo, maestro de Guadalajara, Arturo Rivas Sainz, después de leer en México la aparición de uno de dos textos, y preguntó: "¿Juan José aquí?, ¿Quién es Juan José Arreola? Porque yo tuve un condiscípulo en Zapotlán que era simplemente Juanito Arreola, Juanelo o Juanito". Arturo le contestó que ese Juanito era yo. Ahora José Luis me entrega en esta noche esta síntesis de obra y vida; yo lamento que el ámbito es propiamente gigantesco para escuchar un texto a propósito —y aquí ya hice otra asonante, "gigantesco" y "texto", y no me gusta tampoco eso—; lástima que no puedo corregir inmediatamente los errores que cometo al hablar, quiero que ustedes me comprendan, que me comprendan verdaderamente bien.


     José Luis se ha referido al arte de la lectura, y yo estoy ahora más que en talleres de escritura o redacción o corrección de textos —aquí hay otra vez otros dos "on", "on" muy seguidos que son inevitables— entonces, lo que yo quisiera hacer en lo que me queda todavía de acción en este mundo que ahora se ha vuelto escenario magnífico en Guadalajara y en una calle hermosa, arbolada y floreada —bueno aquí "arbolada" y "floreada" tienen un sentido de reiteración auténtica— [que] es la calle de Mar Caspio, donde de pronto me ha tocado vivir esta ya hermosa temporada que lleva más de un año, aquí en el término medio de mi nación mexicana, entre la cuna de Zapotlán, el valle redondo varado entre montañas y volcanes, y la capital de la República.


     Entonces Guadalajara es en mi vida el término medio, la patria chica, Guadalajara es lugar a donde llegué en 1934, después de despedirme unos años antes de José Luis Martínez que sí pudo venir a estudiar a Guadalajara, en el mismo colegio Renacimiento, donde nos enseñaron a leer verdaderamente, yo no sé... cuando vivió Fermina Enriques, decía que me había enseñado a leer; yo tengo para mí que aprendí viendo leer a mis hermanos mayores. Y no tuve que pasar por el deletreo y la unión silábica sino que de pronto aprendí la frase, porque antes de saber leer tuve la fortuna de aprenderme textos de memoria, porque ya que digo memoria... y aquí esta el doctor Zedillo Ponce de León, Secretario de Educación Pública... Me importa muchísimo señalar en esta noche ese recuerdo de José Luis, tuvimos la fortuna de que se nos enseñara a leer. José Ernesto Aceves poseía el don fonético de la interpretación textual, lo mismo versos que prosas adquirían en su voz una realidad plástica, y eso fue verdaderamente un embeleso y ya antes —y también José Luis no me va a dejar mentir— era imposible que se refiriera a eso, al colegio de San Francisco, donde estuvimos en calidad de párvulos, rodeados de un grupo de amigos contemporáneos como Fernando Pérez Vizcaíno, el médico otra vez de pueblo allá en Zapotlán el Grande. Allí también tuvimos la fortuna de que se leía en voz alta, yo creo que el hecho fundamental en la educación del ser humano está en el oír, el oír el lenguaje y que la memoria —la memoria la poseemos todas las criaturas humanas—... yo no veo porque a veces poblamos la memoria excesivamente, la memoria de los niños y llegamos casi a que exista un cierto aborrecimiento a propósito de lecturas prematuras. No es esta noche el espacio adecuado, el tiempo adecuado para que yo haga esta proclama, porque además la emoción y la fatiga de estos últimos días, y los remordimientos porque apenas anoche empecé a consolarme y a aceptar moralmente... intelectualmente me parece una palabra que dice poco a propósito de mis crisis de conciencia a propósito del Premio Juan Rulfo.


Premio Juan Rulfo hoy ya desaparecido por petición de la familia Rulfo


     Ahora que tuve junto a mí a Juan Carlos, estos hijos de Rulfo que me tocó, por así decirlo, ver nacer, porque nos conocimos desde antes de nuestros respectivos matrimonios... Creo que aquí cometo un error, Juan Rulfo vino a la casa por primera vez cuando estaba recién casado...; bueno, tengo que decir aquí yo forzosamente para esclarecer: Juan se casó después y fue el primer fotógrafo de la madre y de la primera hija. Yo quiero aquí de pasada rendir homenaje a Sara Sánchez Torres, natural de Tamazula —aunque nació accidental e incidental y hermosamente en Guadalajara—, porque realmente fue capaz de emprender esta vida que nos ha dado hijos, y ya nietos, a propósito de una persona por la cual no se podía dar nada, ni tener a su propósito confianza alguna. Y ese compromiso cumplido, bueno, muy mal cumplido por mí, pero muy bien cumplido por ella, recibe también en esta ocasión ese premio, esa satisfacción. Como ustedes se dan cuenta, estoy invadido completamente por un espíritu familiar, pueblerino, amistoso hasta el exceso, porque aquí está [también] Antonio Alatorre, con quien emprendimos una de las aventuras literarias más breves, bellas y significativas, porque allí se publicaron por primera vez dos de los cuentos ya esenciales de Juan Rulfo. Cómo no recordar esa incidencia de que de pronto nos encontramos un grupo sin ser un grupo con denominación o propósitos definidos, sino simplemente una concurrencia en el tiempo y en el espacio, aquí en Guadalajara.


     En el caso mío ya es verdaderamente el premio, lo he llamado la herencia de Juan Rulfo —iba a decir de Juan Rilke, por una confusión verbal— y porque en este tiempo, había que mencionar esto, entre los grandes lectores que he conocido, capitaneados todos naturalmente por Jorge Luis Borges en el ámbito de la lengua castellana, Juan Rulfo fue un lector espléndido, fue un lector estupendo, principalmente, claro, de cuentos y novelas. Me acuerdo de las lecturas compartidas, de los hallazgos, de los descubrimientos, hay veces que no se puede mencionar a todos a propósito de él, a propósito, Juan era un buscador. Era un gambusino afortunado en las librerías de viejo y también en las últimas novedades. A mí me gusta recordar siempre cuando volvía él de México, hacía breves viajes y volvía con una maleta llena de libros. Y Antonio Alatorre, Adalberto Navarro Sánchez, Arturo Rivas Sainz en primer lugar, íbamos a ver quién sería el primero en apropiarse alguno de esos tesoros, porque Juan reservaba los suyos y traía otras cosas para participar a los amigos. Entonces recordar que allí, en ese lugar de la avenida Madero, casi cerca esquina de El Occidental, que estaba Jorge Dipp —que aquí está—, me salvó la vida literalmente en la Navidad de 1942. Empecé a trabajar el primero del año, en el periódico El Occidental y, ya saben, cómo que nada que tuviera que ver con la escritura: fui jefe de circulación y naturalmente fracasé por entero, porque El Occidental era un periódico que no salía sino hasta el mediodía. ¿Te acuerdas, Jorge Dipp, las angustias con la prensa Howell y con el prensista Loera? ¡No teníamos periódico que repartir! Y nos lo devolvían de todas partes. Pero allí otra vez, ya en grande el olor del papel recién impreso, ese santo olor del papel, de la tinta, de toda esa gama de texturas de tonalidades, bueno yo recuerdo —la única ocasión en que recuerdo con afecto y cariño el olor de la gasolina— era porque me tocó lavar prensas Chandler cuando tenía apenas doce o trece años de edad, después del ejercicio del aprendizaje nunca concluido de la encuadernación de los libros.


     Entonces, nacido en una familia que amaba la lectura, que le gustaba leer en voz alta porque en la colección a la que aludió José Luis Martínez, una breve antología se llama así, Lectura en voz alta —porque a la hora, y tengo que decirlo en el desorden en que me encuentro, porque mi fatiga es grande—, resulta que las estructuras verbales, los movimientos sintácticos cuando aparte de ser hechos del espíritu, porque en realidad André Gide con esa frase —y recuérdenme que cite la de Víctor Hugo—, André Gide dijo "crea una forma bella porque una idea más bella todavía va a venir a alojarse dentro de ella" —y hay otra consonante allí que es irremediable, pero es hermosa—, y eso es una verdad o una, sencillamente, una paradoja de André Gide, porque realmente, antes de que la idea se aloje en forma, la voluntad formal existe como una nostalgia, hay una marea interior como en Paul Claudel, que hace que el vencedor de demasías del alma se vuelque, se desarrolle con el poeta ruso Vsevolod Ivanov, que se resuelva en palabras. Pero antes que Ivanov, Antonio Alatorre, lo dijo un gran compañero de la palabra: lo dijo Pablo de Tarso, ese judío helenizado al que llamamos San Pablo. De la plenitud del corazón habla la voz, y ahí esta la frase de Víctor Hugo: "En el pleito de forma y fondo sostuve platónicamente una vez que toda belleza es formal" y yo no sabía. Y fue una vez en Buenos Aires y junto a Borges, cuando Augusto Roa Bastos se anotó allí un diez: "La forma... ¿cómo?... La forma no es más que el fondo que sube a la superficie". ¿De quién es eso, Augusto? ¡Pues de Víctor Hugo otra vez! Cómo es posible que se le hayan ocurrido tantas cosas entre todas... Nuestra Señora de París y la Leyenda de los Cirios, [y] de pronto decir dos cosas inolvidables: "La forma no es más que el fondo que sube a la superficie", lingüística de la página por así decirlo, y la otra es la mejor declaración que he oído en mi vida viniendo de un poeta: "Yo soy un hombre que piensa en otra cosa". ¿Han oído ustedes algo más notable y compacto?


     Bueno, vuelvo a mi remordimiento, para terminar con él de una vez por todas... me ayudaron y me acaban de consolar de este trance tan difícil, de aceptar una recompensa tan grande a propósito de una obra tan escasa, ya imagínense ustedes el tamaño del remordimiento. José Luis ha dicho que he dedicado sólo cuatro décadas a la literatura; yo no he dedicado más que cuatro semanas o cuando mucho tres meses a escribir; yo escribía de la mañana a la noche cuando escribía, pero eran nomás unas temporaditas, unas primaveras, magníficas, y mi mayor felicidad era reírme sobre la máquina de escribir; me daba un ataque de risa antes de escribir. Y lo ha dicho José Luis y yo lo reconozco: si algo me libera, si algo me hace perdonar las invasiones a este terreno, esa tentativa de lucha con el ángel, que casi siempre llevan... —y qué frase tan bella de un hombre que no se la podía uno esperar, de Maurice Barrès—, la lucha con el ángel está perdida de antemano, pero hay que emprenderla como Jacob ahí, junto a la piedra de Oed, ¿verdad?, aunque [uno] se quede —decía Barrès— con dos o tres plumitas en la mano, así como la muestra de que uno alcanzó a desprender de las alas angélicas esas briznas de belleza y de esplendor.


     Me reconozco culpable, sí, de haber carecido no digo del más elemental de los heroísmos, [sino de] haber tenido algo de sed en la santa continuidad, y esa expresión es del catalán don Eugenio D'Ors, Antonio Alatorre, que Rulfo nos participó algunas cosas de ese orden, ¿no? Eugenio D'Ors: la santa continuidad, la paciencia, el apegarse a la meta, el apegarse a la mesa e incluso a la silla, donde hay que estar forzosamente sentado para escribir con ciertas posibilidades, sólo esos ratos de alegría, esas felicidades esporádicas que se repartieron a lo largo, sí, de muchos años, pero que todos ellos fueron años realmente dedicados a eso que no podré explicar nunca. ¿Saben qué me distrajo de la literatura? Me distrajo sencillamente la vida. Porque desde aquí en Guadalajara, a los hace quince o dieciséis años empecé a vivir con una intensidad que no tenía remedio, hasta que cayera en mis manos Giovanni Papini y se convirtiera en el libro clave. He demostrado científicamente y dialécticamente que todo puede brotar del Gog, de Papini; allí por primera vez fue Otto Baillia y Riverson, y Sigmund Freud, y sencillamente Hölderlin, y los románticos alemanes, y sólo compartir con los amigos esas lecturas, y así convertirlas en vida ahora que vivimos una crisis en el arte, que llamaba Borges el arte de temido de la lectura. Dos frases de Borges: me dice una vez al subir a una plática que tuvimos, una vez en Buenos Aires —estaba Juan allí—, y luego la segunda visita a Buenos Aires que hicimos ya fue sin Juan y sin Jorge Luis... y decía él mientras subíamos, riéndose, dice: "La gente cree que hemos leído mucho", y de pronto, redondeó él el asunto con esa expresión magnífica, dice "lo que sucede es que yo he leído mucho lo poco que he leído". Y no sé si es de él o de Battistessa. La otra frase magnífica —que nos consuela a todos los que vivimos como yo, en un rincón de la literatura, pero no universal ni latinoamericana, en mi caso, en un rinconcito, pero muy grato por cierto de la literatura mexicana— eso que decía Battistessa, Borges mismo, "más vale ser muy leído por pocos que poco leído por muchos". Y eso, se los digo, me lo aplico como un bálsamo cuando me siento inquieto, pero realmente el oír a Raúl López... Padilla López, el oír a Rafael Tovar y de Teresa, y el oír a José Luis Martínez —y a los que no oigo en este momento, pero que en cierto modo me lo han dicho— y son realmente los culpables de que yo me sienta sin culpa, los que en cierta manera han demostrado, ahora que José Luis recordó el trabajo feliz al lado de los jóvenes y todas esas docenas de personas que se reunían en el Centro Mexicano de Escritores, en mi casa, y luego en la universidad —pero las reuniones de la casa eran las mejores y a veces después de las sesiones de trabajo colectivo—; había citas mañaneras, algunas veces vespertinas, pero las mañanas estuvieron en la vida dedicadas exclusivamente a leer, a conocer y a revisar. Y la felicidad de ayudar a que un joven dé con la forma, y al decir "dé con la forma" inmediatamente pienso: "Yo persigo una forma que no encuentra mi estilo, / botón de pensamiento que busca ser la rosa; / se posa en mis palabras en mis labios / se posa al abrazo imposible de la venus del Milo". Perseguir una forma que el estilo todavía no es capaz de encontrar pero de pronto, cuando viene el trance aunque sea instantáneo, de que una red de palabras, una línea de palabras se ordena como al llamado de un caramillo esencial y compone el fenómeno de la escritura —porque de pronto alojan espíritu esas cápsulas o cláusulas verbales—, que de pronto por la armonía, por lo escrito, dan la idea y suenan a verdades. Hay veces que no es… que nada tienen que ver ni con la gran verdad, ni siquiera con la belleza, y dan la impresión porque son ajustadas y estrictas. Rindo homenaje a todos los maestros, porque no soy más que un catálogo de estilos y en el fondo, Jorge Zareta, pues soy yo realmente un coleccionista de los pastiches que con fortuna le fueron entregados en esas obras leves que llamamos de inspiración.


     Yo quiero, y estoy escribiendo un texto, a solicitud de Ernesto Zedillo Ponce de León, que se dirigió a los escritores de México para que hagamos una página dedicada a los niños para que en el homenaje a la bandera de las mañanas se les lea una página, mensaje de un escritor mexicano. Como esto me llegó al sanatorio, al hospital en que estuve prósperamente, porque salí de ahí y me dijeron "le tenemos que dar una disculpa porque usted no tiene nada". Como me dijo Raúl Fournier alguna vez: "Te voy a mandar al psiquiatra o media docena de psiquiatras, tú no tienes nada, lo que pasa es que estás loco". Y yo digo finalmente, estoy sano, porque tengo 51 años solamente de enfermo y quiere esto decir, por fin, que se me ocurrió en el hospital el testamento y está fechado en el hospital, que es mi legado a los niños de México: el amor por la lectura, de cómo un hombre halló la felicidad en este mundo porque no se conformó sólo con la experiencia personal, con la experiencia de cada día, la vida es riquísima, pero no puede compararse al universo, a la serie de universos, que puede entregar la puerta de luz que es un libro abierto —y eso es uno de los primeros textos que leí en la vida, "porque es puerta de luz un libro abierto"—. Ahora, mucho cuidado, el libro no existe, y casi diría yo en un tono para mí ligeramente blasfematorio, porque soy o sostengo así, apuntalándola cada día más difícilmente, una creencia y una fe... ni la Biblia, que es el libro de los libros, ni la Biblia es el libro...; cuántas personas ahora compran hasta en un supermercado o en una tienda de éstas donde están los libros por pilas y extendidos y tentadores, cuántas personas creen que van a hallar El Libro. A mí no me gusta decir estas palabras, y pido perdón, cuando dicen "es un best seller" y de pronto creen que es El Libro, que va a haber un libro que les va a entregar algo... Lo que hay que demostrar a todo el mundo es que el libro personal se compone de muchos libros y que la hazaña es individual.


     La palabra cultura se ha prestado a miles de tergiversaciones; hablamos de cultura del maíz, de cultura egipcia, de cultura griega, de cultura de todo, de la cultura mediterránea, bendita cultura del trigo, del aceite y del vino. Pero la cultura es un asunto personal y de cuatro paredes. No nos perdamos diciendo que el jazz es cultura, que la rumba es cultura, que el carnaval de Mazatlán es cultura, que todo es cultura. No, la cultura es un acto solitario y heroico, que es la apropiación pacífica y silenciosa, aunque la podemos sonorizar, de los bienes ajenos. El tesoro del universo espiritual es inmenso, podemos hacernos de él en la medida en que tengamos dónde colocarlo. Otra vez Papini: "Recibirás si tienes ánforas para recibir los dones". Eso es el engrandecimiento a través de la lectura y vivimos, lo digo ahora sí para terminar, la más grande crisis que ha conocido la humanidad después de la invención de la imprenta.


      No es posible este abandono y es que se nos ha olvidado tentar el alma de los niños con la mejor de las tentaciones, la de ingresar a los reinos del espíritu por la puerta, a veces tan simple y tan fácil de abrir, de un libro. Pero estamos completamente equivocados porque no hemos todavía aprendido a enseñar. Las palabras son dones, hay que aprender a enseñar y la mejor manera de aprender es precisamente también enseñar. Cuando uno se pone a estudiar para transmitir el conocimiento ya está en trance de lograr eso.


     Me callo ahora ya y prometo el breve testamento a los niños de México: el amor a los libros, pero que no se equivoquen y los maestros menos, que no los pongan a escribir libros enteros; yo no quiero mencionar aquí obras ni autores, pero me he quedado estremecido cuando vi a mis nietos leyendo libros enteros... y si tienes que leer tres o cuatro libros en uno o dos meses, eso no es posible. Ahora recibí la visita de unos jóvenes de secundaria a quienes les habían pedido treinta páginas sobre esta persona desordenada y de obra tan mínima y de valor tan dudoso como la mía. Sentí una verdadera compasión y les facilité inmediatamente copias fotostáticas y textos para que copiaran y cumplieran con la tarea de treinta cuartillos —¿cuartillos?, ¡cuartillas! ¿Quiere decir que mis páginas valen cuartilla? Probablemente sí—. Pero realmente a propósito de este hombre que presenta en el desorden absoluto de su mente, en días difíciles de su vida, una especie de mosaico en el que se le han quedado fuera tantas cosas que quería decir, tantos amigos que quería nombrar y recordar.


     Ahora... también, aquí está don Miguel de la Madrid, director del Fondo de Cultura actualmente, y ese Fondo de Cultura fue mi única universidad; corrigiendo pruebas ahí pude más o menos darme cuenta de lo que es este mundo en que vivimos y qué criaturas portentosas lo han poblado, y también, el lado oscuro de la medalla. Realmente qué repertorio de errores, de disparates y de crímenes alojan las historias universales y también las historias particulares, por desgracia, ¿por desdicha?, no, también por fortuna, si fuéramos capaces de aprender realmente y de recibir la lección de los libros. Bueno, entonces yo sueño en aumentar un librito, un opúsculo, que no es libro la palabra "educación", enriqueciéndola, para no irme de este mundo sin devolver por lo menos una parte esencial del aprendizaje en el arte de la lectura. Yo no quiero llevarme de este mundo nada, me queda poco tiempo y tengo que hablar mucho para, aunque sea en confusión, en este no vertedor de demasías en una presa hidroeléctrica y magnífica, sino sencillamente —y perdónenme la expresión— porque siento ganas de decirlo. Me disculpo ante ustedes porque de pronto vuelvo... mis expresiones verbales... me parezco a estos grandes vehículos poderosos, que se llaman de volteo.


Muchas gracias.